martes, 4 de septiembre de 2012

Hikuri Neirra II



Llegamos a media noche a Uweni  Muyewe, un pueblo pequeñito asentado en el fondo del abismo, rodeado de inmensas montañas, y de una sencillez y quietud ancestral. Con sus casitas de adobe repletas de misterio, sus patios con gallinas , cerdos, vacas y perros, sus niños como soles luminosos , sus viejos como tierra sembrada y caminada, sus fuegos en las cocinas, centro de la familia donde se honra al maíz haciendo tortillas. Un cuartito sencillo que nos asignan a los tewaris, nos sirve de refugio para soñar y descansar el cuerpo entumido.

Al día siguiente después de  bañarnos en el río, nos encontramos con los Teocaris río arriba. Ellos juntos, con sus colores y sus costumbres, son una preciosa imagen.  Están a la orilla del río tocando música, rezando, dejando ofrendas, y pintándose la cara con la urra, un tinte amarillo que se extrae de una raíz en Wirikuta. La Maracame me llama: “Ciriaco!”  Me acerco para que pinte mi rostro de amarillo , ese gesto me hace sentir muy bien,  me pongo a danzar descalza con ellos sobre una gran piedra del río.

Nos vamos en fila india por el cerro, hasta llegar a El Abuelo Fuego, Tatewarí, que esta encendido en el centro del Patio de tierra donde se realiza la ceremonia, ahí le dejamos  una vara a Tatewarí.

En el universo Wixrarika las cosas son sencillas, austeras y funcionales, tienen lo  básico y necesario, no mas ni menos. La ropa, los morrales, los sombreros, y todo su atuendo y ofrendas están tejidos con mucha belleza, cuidado y conciencia, ellos mismos son un bello cuadro caminando lleno de mensajes simbólicos.

El morral es un altar portátil donde cargan sus ofrendas, por lo general tienen uno , dos o tres morrales hermosos llenos de ofrendas.  Todas las ofrendas y los objetos del ritual, son mágicos y simbólicos, y tienen una función importante en la ceremonia: las jícaras, las flechas, los muwieris (flechas emplumadas), los espejos, las velas, los bastones, la silla equipal, el maíz, el chocolate, el pinole, la comida, la carne, el hikuri, el agua , el atole, la julianita (bebida alcohólica) y la micaelita (cerveza), etc.

Esta ceremonia tal cual es,   se viene haciendo desde hace miles de años , para mi es la primera vez que  voy a una fiesta así. Intente seguir  cada paso del ritual, son muchas  cosas y entiendo muy poquito, es muy poco lo que ahora recuerdo y puedo contar.

La ceremonia empieza al atardecer. Al inicio de la ceremonia colocan los morrales juntos cerca del fuego, pido permiso para poner mi morral con ofrendas y con mi jícara con los de  ellos, no me di cuenta que poner mi morral ahí era  una responsabilidad, no es dejarlo así nomas. Al poco tiempo me llama El Maracame: “Ciriaco! tienes que mover tu morral.” Y así empiezo a seguir el juego de los jicareros con los morrales, que durante los tres días que dura la fiesta, están siempre atentos moviendo los morrales-altares de un punto a otro , y danzando con ellos. Esa sencilla situación me hizo consciente de cargar mi rezo-morral y me puso en un estado de alerta.


Danzamos con los morrales alrededor del fuego y de los toros que se van a sacrificar, la alegre música sale de un violín y de una guitarrita del tamaño de una jarana.

Después de lavarnos el rostro frente al fuego y quitarnos la pintura amarilla, sirven la cena: tamales , frijoles , arroz, caldo de venado, guisados, mole, pipián, atoles dulces y salados, etc. , es un bufet de lujo. Un grupo de mujeres danzan bellamente cargando alimentos de maíz alrededor de Tatewarí , El Abuelo Fuego, le sirven su comida, y luego nos servimos los demás.

Ya bien entrada la noche seguimos danzando con los morrales alrededor de Tatewarí. Empieza a  llover fuerte, me refugio bajo un granero y me quedo dormida.

Al despertarme ya había amanecido, me acerco a Tatewarí, Los Maracames siguen cantando sin parar. “Ciriaco!” me llama La Maracame y me da un atole picosito  de maíz azul fermentado, es delicioso!

En la mañana hay un tiempo para pintarse el rostro de amarillo, algunas mujeres se hacen diseños alucinantes. Una mujer muele en metate el hikuri (peyote) que nos vamos a tomar mezclado con agua.

Empieza la música y la danza circular alrededor del Fuego, el pueblo entero danza siguiendo  un zapateado sencillo y bonito, todos con el mismo ritmo y el mismo paso, y todos toman agüita de peyote. Es un largo y profundo trance de tres días, de danza, música, canto y rezo. Es muy intenso todo, el sol,  el polvo, el rezo, el sentimiento, el pensamiento, el color, la sensaciones física, el amor, el dolor, la alegría, la tristeza, la ligereza, la pesadez, lo sublime, lo cómico, lo sagrado, lo terrenal, todo al extremo,  un estallido de vida.

Salimos en fila a varios puntos del pueblo, a otros Patios , con otros Fuegos encendidos, para a danzar, rezar, y sacrificar a los animales, que luego nos comimos en caldo y en tacos.

Los Maracames tienen el silencio y la humildad para dejarse atravesar por el espíritu, al que dan voz y vida, realizando sus artes mágicas con sencillez y soltura. Sus ojos penetran lejos y profundo, me inspiran respeto. Trabajan en pareja con equilibrio y  poder,  sus sombreros emplumados son pura elegancia, el lleva plumas de guacamaya y ella de águila.

 El Hikuri es un espejo que pone delante de ti tu vida entera y te confronta,  mi amigo atraviesa  una situación fuerte física , mental y emocional, me acerco y le digo: “mas vale reír que llorar”, le hablo del rezo y del intento y esas cosas que ya sabemos… pero que a veces es bueno recordar. Su sonrisa agridulce me dice en silencio: a que lugar me trajiste! Y tiene razón! es como entrar a jugar en la final del mundial, sin saber mucho de futbol, pero si ya estamos metidos en la cancha, mejor intentar que no nos metan una goliza.

Para la tarde del segundo día el pueblito entero esta metido en un viaje muy intenso! Prudencio y yo Ciriaco, no podemos parar de reír al contarnos nuestras grandes revelaciones! todo es chistosísimo, me duele la panza y me doblo de la risa. Shantanu tiene una obsesión fotográfica , toma cien fotos por minuto, no puede parar y parece un demonio con su cámara. Mi jicarera favorita Lupita no para de llorar, y Anita esta clavado viendo su GPS, me dice: “esta mal, no marca el punto donde estamos, lo pone en otro lugar , mmm… que extraño.”

Me alejo tantito a descansar en un sombrita , saboreando un momento de paz y de quietud , disfrutando del venado y sus misterios, no dura mucho ese momento, al poco rato estoy rodeada de niños y Teocaris, y hay que seguir danzando, rezando, comiendo y haciendo todo lo que se hace.

El tercer día de danza sentía un agotamiento tremendo, y a la vez  ligereza, lloraba y reía, tenia calor y escalofríos, quería desmayarme y a la vez seguir danzando, todo me parecía alucinante y a la vez lo mas natural,  la medicina del ritual me aterriza a mi cuerpo, a mi vida, a mi esencia , como si antes hubiera estado perdida en otro lado, y ahora estuviera en la tierra, en mi, en el presente, un estallido de fuego circula por mi sangre, vida radiante y encendida en cada célula, en cada grano de polvo.

Agradezco que la vida me de el regalo de ser parte de este peregrinaje, acompañándonos en este viaje, caminando y danzando juntos en la escuela de Wirikuta. Se qué es lo que me trajo aquí, se que mas allá de una afinidad de sangre, es una afinidad de espíritu, que un sueño común tejido por el misterio, nos tiene entrelazados como hilos de un hermoso telar, somos muchos hilos hermosos tejiendo la conciencia, el sueño ancestral, nos encontramos una y otra vez tejiendo así esta valiosa red, solo venimos a este vientre-tierra a soñar, somos co-creadores y nuestro rezo, intento, canto, tiene poder,  asumir nuestro poder creador y ejercerlo con amor y responsabilidad es importante en este tiempo de devastación e ignorancia descomunal. Agradezco a el linaje del venado azul, por mantener encendido el fuego de Wirikuta,  y cuidar de esta fuente inagotable de sabiduría, y por sembrar la semilla de maíz, nuestro alimento básico por miles de años, que nos enseña a ser agradecidos y verdaderos.

Pamparius, Ciriaco



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