Llegamos
a media noche a Uweni Muyewe, un pueblo
pequeñito asentado en el fondo del abismo, rodeado de inmensas montañas, y de
una sencillez y quietud ancestral. Con sus casitas de adobe repletas de
misterio, sus patios con gallinas , cerdos, vacas y perros, sus niños como
soles luminosos , sus viejos como tierra sembrada y caminada, sus fuegos en las
cocinas, centro de la familia donde se honra al maíz haciendo tortillas. Un
cuartito sencillo que nos asignan a los tewaris, nos sirve de refugio para
soñar y descansar el cuerpo entumido.
Al
día siguiente después de bañarnos en el
río, nos encontramos con los Teocaris río arriba. Ellos juntos, con sus colores
y sus costumbres, son una preciosa imagen. Están a la orilla del río tocando música,
rezando, dejando ofrendas, y pintándose la cara con la urra, un tinte amarillo
que se extrae de una raíz en Wirikuta. La Maracame me llama: “Ciriaco!” Me acerco para que pinte mi rostro de amarillo
, ese gesto me hace sentir muy bien, me
pongo a danzar descalza con ellos sobre una gran piedra del río.
Nos
vamos en fila india por el cerro, hasta llegar a El Abuelo Fuego, Tatewarí, que
esta encendido en el centro del Patio de tierra donde se realiza la ceremonia, ahí
le dejamos una vara a Tatewarí.
En
el universo Wixrarika las cosas son sencillas, austeras y funcionales, tienen
lo básico y necesario, no mas ni menos.
La ropa, los morrales, los sombreros, y todo su atuendo y ofrendas están
tejidos con mucha belleza, cuidado y conciencia, ellos mismos son un bello cuadro
caminando lleno de mensajes simbólicos.
El
morral es un altar portátil donde cargan sus ofrendas, por lo general tienen
uno , dos o tres morrales hermosos llenos de ofrendas. Todas las ofrendas y los objetos del ritual,
son mágicos y simbólicos, y tienen una función importante en la ceremonia: las
jícaras, las flechas, los muwieris (flechas emplumadas), los espejos, las velas,
los bastones, la silla equipal, el maíz, el chocolate, el pinole, la comida, la
carne, el hikuri, el agua , el atole, la julianita (bebida alcohólica) y la micaelita
(cerveza), etc.
Esta
ceremonia tal cual es, se viene
haciendo desde hace miles de años , para mi es la primera vez que voy a una fiesta así. Intente seguir cada paso del ritual, son muchas cosas y entiendo muy poquito, es muy poco lo
que ahora recuerdo y puedo contar.
La
ceremonia empieza al atardecer. Al inicio de la ceremonia colocan los morrales
juntos cerca del fuego, pido permiso para poner mi morral con ofrendas y con mi
jícara con los de ellos, no me di cuenta
que poner mi morral ahí era una
responsabilidad, no es dejarlo así nomas. Al poco tiempo me llama El Maracame: “Ciriaco!
tienes que mover tu morral.” Y así empiezo a seguir el juego de los jicareros
con los morrales, que durante los tres días que dura la fiesta, están siempre
atentos moviendo los morrales-altares de un punto a otro , y danzando con
ellos. Esa sencilla situación me hizo consciente de cargar mi rezo-morral y me
puso en un estado de alerta.
Danzamos
con los morrales alrededor del fuego y de los toros que se van a sacrificar, la
alegre música sale de un violín y de una guitarrita del tamaño de una jarana.
Después
de lavarnos el rostro frente al fuego y quitarnos la pintura amarilla, sirven
la cena: tamales , frijoles , arroz, caldo de venado, guisados, mole, pipián,
atoles dulces y salados, etc. , es un bufet de lujo. Un grupo de mujeres danzan
bellamente cargando alimentos de maíz alrededor de Tatewarí , El Abuelo Fuego,
le sirven su comida, y luego nos servimos los demás.
Ya
bien entrada la noche seguimos danzando con los morrales alrededor de Tatewarí.
Empieza a llover fuerte, me refugio bajo
un granero y me quedo dormida.
Al despertarme
ya había amanecido, me acerco a Tatewarí, Los Maracames siguen cantando sin
parar. “Ciriaco!” me llama La Maracame y me da un atole picosito de maíz azul fermentado, es delicioso!
En
la mañana hay un tiempo para pintarse el rostro de amarillo, algunas mujeres se
hacen diseños alucinantes. Una mujer muele en metate el hikuri (peyote) que nos
vamos a tomar mezclado con agua.
Empieza
la música y la danza circular alrededor del Fuego, el pueblo entero danza
siguiendo un zapateado sencillo y bonito,
todos con el mismo ritmo y el mismo paso, y todos toman agüita de peyote. Es un
largo y profundo trance de tres días, de danza, música, canto y rezo. Es muy
intenso todo, el sol, el polvo, el rezo,
el sentimiento, el pensamiento, el color, la sensaciones física, el amor, el
dolor, la alegría, la tristeza, la ligereza, la pesadez, lo sublime, lo cómico,
lo sagrado, lo terrenal, todo al extremo, un estallido de vida.
Salimos
en fila a varios puntos del pueblo, a otros Patios , con otros Fuegos
encendidos, para a danzar, rezar, y sacrificar a los animales, que luego nos
comimos en caldo y en tacos.
Los
Maracames tienen el silencio y la humildad para dejarse atravesar por el
espíritu, al que dan voz y vida, realizando sus artes mágicas con sencillez y
soltura. Sus ojos penetran lejos y profundo, me inspiran respeto. Trabajan en
pareja con equilibrio y poder, sus sombreros emplumados son pura elegancia,
el lleva plumas de guacamaya y ella de águila.
El Hikuri
es un espejo que pone delante de ti tu vida entera y te confronta, mi amigo atraviesa una situación fuerte física , mental y
emocional, me acerco y le digo: “mas vale reír que llorar”, le hablo del rezo y
del intento y esas cosas que ya sabemos… pero que a veces es bueno recordar. Su
sonrisa agridulce me dice en silencio: a
que lugar me trajiste! Y tiene razón! es como entrar a jugar en la final
del mundial, sin saber mucho de futbol, pero si ya estamos metidos en la
cancha, mejor intentar que no nos metan una goliza.
Para
la tarde del segundo día el pueblito entero esta metido en un viaje muy
intenso! Prudencio y yo Ciriaco, no podemos parar de reír al contarnos nuestras
grandes revelaciones! todo es chistosísimo, me duele la panza y me doblo de la
risa. Shantanu tiene una obsesión fotográfica , toma cien fotos por minuto, no
puede parar y parece un demonio con su cámara. Mi jicarera favorita Lupita no
para de llorar, y Anita esta clavado viendo su GPS, me dice: “esta mal, no
marca el punto donde estamos, lo pone en otro lugar , mmm… que extraño.”
Me
alejo tantito a descansar en un sombrita , saboreando un momento de paz y de
quietud , disfrutando del venado y sus misterios, no dura mucho ese momento, al
poco rato estoy rodeada de niños y Teocaris, y hay que seguir danzando,
rezando, comiendo y haciendo todo lo que se hace.
El
tercer día de danza sentía un agotamiento tremendo, y a la vez ligereza, lloraba y reía, tenia calor y
escalofríos, quería desmayarme y a la vez seguir danzando, todo me parecía
alucinante y a la vez lo mas natural, la
medicina del ritual me aterriza a mi cuerpo, a mi vida, a mi esencia , como si
antes hubiera estado perdida en otro lado, y ahora estuviera en la tierra, en
mi, en el presente, un estallido de fuego circula por mi sangre, vida radiante
y encendida en cada célula, en cada grano de polvo.
Agradezco
que la vida me de el regalo de ser parte de este peregrinaje, acompañándonos en
este viaje, caminando y danzando juntos en la escuela de Wirikuta. Se qué es lo
que me trajo aquí, se que mas allá de una afinidad de sangre, es una afinidad
de espíritu, que un sueño común tejido por el misterio, nos tiene entrelazados
como hilos de un hermoso telar, somos muchos hilos hermosos tejiendo la
conciencia, el sueño ancestral, nos encontramos una y otra vez tejiendo así esta
valiosa red, solo venimos a este vientre-tierra a soñar, somos co-creadores y
nuestro rezo, intento, canto, tiene poder,
asumir nuestro poder creador y ejercerlo con amor y responsabilidad es
importante en este tiempo de devastación e ignorancia descomunal. Agradezco a
el linaje del venado azul, por mantener encendido el fuego de Wirikuta, y cuidar de esta fuente inagotable de
sabiduría, y por sembrar la semilla de maíz, nuestro alimento básico por miles
de años, que nos enseña a ser agradecidos y verdaderos.
Pamparius,
Ciriaco
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