Por Jorge Gasca
Aquello parecía un montaje forzado que no hacía sentido en mi mundo conocido, algo así como un contenido que no encuentra su continente-observador-acervo para referenciarlo contra algo. En un atrevimiento por encontrarlo, lo único que hallé como sensato fue peregrinar toda la noche de una dirección a otra del cerro, como para ir develando la ceremonia paso a paso.
Caminé unas siete horas abierto a los detalles, gestos, cantos, diálogos, sentimientos propios y de otros con la esperanza de llegar al amanecer con algo para hacer ofrenda.
¡Sorprendente es la inesperada riqueza que le va esculpiendo el rostro al peregrino al ir atravesando el misterio en los caminos más altos de Wirikuta!
Doy cuenta de algunas ideas, descripciones y experiencias nacidas de la recapitulación de aquella larga caminata. Todas son a título y responsabilidad personal pues con toda seguridad la descripción de lo acontecido tiene mucho más que ver conmigo mismo que con ese algo que llamamos ‘realidad’, si valiera la distinción:
Había un fuego central rodeado por dos círculos concéntricos formados de pequeñas piedras que eran el eje-núcleo desde donde se desplegaba todo el ritual como en fuga. En el primer círculo, sentado en su equipal y muviere en mano, Eusebio cantaba un lamento ahogado que parecía brotar desde lo más profundo de la tierra. Ataviados con vistosos trajes bordados de colores, sombreros de palma coronados de plumas y con adornos de chaquira colgados del borde, una decena de Ma’rakate y jicareros de diversas comunidades completaban el perímetro. Intercalados entre ellos sobresalía Katira con su violín y Clemente con su guitarra.
Regados asimétricamente alrededor del altar mayor, se observaban una decena fuegos menores extendiéndose por la cima. Los cuerpos de personas dormidas aparecían por doquier, eran tantos que al caminar por el espacio ceremonial era fácil tropezar y había que poner total atención para no terminar en los brazos de un Wixarika en el ensueño más profundo.
A primera vista parecía que la geometría de la ceremonia andaba como desalineada. Un grupo nutrido de Wixaritari de Bancos se agolpaban en un pequeño fuego vecino al fuego central y sin embargo le daban la espalda. Los peregrinos de Las Latas, Pochotita y Santa Catarina decidieron no subir todos a la ceremonia y mandaron comitivas que los representaran, ya que ellos escalarían a Reunar después para hacer sus propios trabajos ceremoniales. En un fuego que se encontraba hacia el sur cuesta arriba, nacía un hermoso canto femenino Wixarika que en ocasiones parecía luchar cuerpo a cuerpo con el de Eusebio y en otras parecía donarle el impulso para amplificarlo en las cuatro direcciones. Hacia el norte cuatro jóvenes Wixarikas desde su fuego moldeaban la ceremonia cantando con una energía y entusiasmo desbordantes.
Distribuidos de manera caprichosa la prensa-reporteros-cineastas y “todos” habían ya encontrados sus lugares para involucrarse en el ritual. Los primeros colocaron en sitios estratégicos sus tripies, micrófonos y cámaras para activarlos en cuando se pudiera. Los segundos agrupados alrededor de sus fuegos participaban a partir de sus propios rituales y tradiciones, un puñado llegando hasta el sacrificio animal mientras que la gran mayoría con palabra, cantos y bailes muy al interior.
En ese escenario la ceremonia caía en la noche como uno de esos rituales en que uno sabe que no va a amanecer pronto. La energía se sentía pesada, los límites entre lo huichol-huichol, lo huichol-mestizo, lo mestizo-mestizo tenían una vigencia contudente. La ofrenda era presentada con nombre y apellido como manifestación chingona de lo que me pertenece, como manifestación pendeja de lo que te pertenece. Esto es mío y no tuyo, esto es tuyo y no mío.
Así la energía quedaba secuestrada en la batalla por superar la dualidad-discriminación-calificación que la percepción impone al intento de transformar alquímicamente la ofrenda en algo agradable a los ojos de los ancestros o en algo digno de la altura de la humano como mejor expresión de nosotros. Intento vano porque aquello que ha quedado discriminado como grotesco al entrar en la ceremonia no acepta menos que ser incluido como algo en si mismo y no como contradicción de ese-otro algo sublime. En esa batalla nos quedamos suspendidos con la sensación de que nuestro linaje tiene su origen en la noche de los tiempos y que no será fácil nuestro amanecer.
Intento vano porque en realidad no fuimos al cerro a entregar la ofrenda en el nombre de uno mismo o en el de nuestros amigos cercanos, sino en el de todas las mujeres y hombres de nuestro linaje sin discriminación alguna. Al amanecer estábamos ahí clamando y hasta exigiendo que la ofrenda fuese recibida por los ancestros como parte de eso ‘uno’ y que de una vez por todas lo humano fuese reconocido como hijo pródigo en la ceremonia, mucho más allá o más acá de la percepción de la dualidad. En el acantilado del mar de Wirikuta, la ofrenda fue recibida amorosamente por los ancestros del lugar, quienes en palabras del cantador Eusebio delegaron a los peregrinos el encargo de cuidar el lugar sagrado, que es toda la tierra, como se cuida y ama a una madre.
Si acaso pudiéramos desafiar la percepción hasta concederle al misterio una rendija para deslizarse tierra adentro a la ceremonia del fuego interno, entonces podríamos traer -desde la cima del cerro hasta lo más profundo del valle- algo del significado de la consulta a los ancestros: peritaje tradicional, sobre el destino o devenir del lugar sagrado, madre tierra.
¿Cuanto tiempo le tomaría a un Hombre escalar hasta la cima del cerro si ese Hombre no estuviese despojado de todo pecado y toda virtud?
Un año, diez años, una vida, tres vidas, mil vidas, seis eras geológicas- causa-efecto.
El hombre despojado llega a la cima sin llegar -sin expectativa, juicio, tiempo, pecado o virtud- para presentar al fuego la ofrenda grotesca, genuina, salvaje y hermosa de la mera neta del Hombre humanidad - sincronicidad.
Ya estamos aquí aunque nos creamos allá, porque no hay aquí ni allá. Nada qué hacer, el ser-siendo nos abraza en júbilo en la ceremonia de los tiempos.
La espada implacable del desmitificador rasga el velo del templo para ver lo invisible.
ResponderEliminarFlor
Ser-siendo...el complejo problema de la humanidad tiene una solución largamente despreciada: El "otro" eres tu mismo, el shalalalala de la buena relación y el reclamo adjunto de la mala relación son hijos de lo mismo desconocido.Todo credo, religión, sistema de estado que fragmenta lleva en si mismo violencia, engendra conflicto con buena intención, es decir, explota no importa si es poco o mucho...eso en si mismo es violencia...No hay camino para la paz...la paz es el camino dijo el que dijo, la reconciliación profunda incluyente de todo lo percibido es la medicina.
ResponderEliminarUn abrazo Jorge y gracias por compartir.
Carlos